11 de febrero de 2013

ATEMPORAL

Hoy quería escribirle a él, a mi, a nosotros. Tengo la sensación que siempre estamos los dos en el mismo punto, pero yo a veces me aburro de disimular, él sin embargo se ha fabricado un atuendo de naturalidad para estos casos extremos. Hay días, espolvoreados en el tiempo y en los años que hace que nos separamos, que aún lo echo de menos. Qué cosas.
Entonces voy a él, que sabe aún sorprenderme y se desnuda despojándose de su traje de piedra y me cuenta la verdad. Sí, es recíproco. Nos echamos. Yo siempre lo he sabido pero nunca he podido demostrarlo. Él odia la mentira, pero a veces me omite la verdad. He tenido un golpe de suerte merecida. Ahora es cuando él lee esto y se arrepiente eternamente de habérmelo dicho, más lo siento yo.

Tengo unas ganas horribles de ir corriendo hacia él y engancharme en su cuello, sentirme segura, comprendida y tranquila; y ver una mirada limpia de cariño como siempre la tuvo, la tuvimos. Su gesto y su detalle me hablarían de todos estos años, me dirían donde estoy yo, que queda de mi después de tanto tiempo y tanta distancia de por medio. Tengo frío y miedo, sin embargo siento que por dentro las dudas me están haciendo arder. Merece la pena saberlo, merece la pena volverlo a sentir, merece la pena romperme como una niña delante de él. No lo sé. Disimulemos. Salir, beber y el rollo de siempre. A lo Iniesta.

Asumamos que nuestra relación ha sido siempre atemporal, y sigue siéndolo, mientras estábamos juntos y después también. No entiende de momentos, de circunstancias, de personas, ni de nada más que no sea el uno y el otro, juntos o separados, con vidas independientes, estables y tranquilas. Que más da, si al final todo me sale siempre bien (del revés) y estamos unidos por algo que no se puede tocar pero que es real. Tenemos una forma de mirarnos y de sentir que con el tiempo no se olvida, ni se transforma, ni se marchita, ni se mata; el tiempo a nosotros no nos afecta, ni nos cambia, ni decide por nosotros. A veces nos gusta, otras nos odiamos por ello. Y disimulamos muy bien.




Desde que él decidió irse no he permitido que nada me haga daño ni que nadie me duela. Eso hay que ganárselo, el sufrimiento gratuito es para ineptos. Me gusta tener una llaga que ha cicatrizado pero no ha desaparecido, es la sangre negra de esta herida brota que me recuerda una y otra vez que él es demasiado para encerrarlo en un recuerdo o guardarlo en un adiós. Él no es perfecto, ni yo tampoco, pero teníamos millones de formas de querernos, demasiadas, y eso no nace en cualquier relación; ¿suerte? quizá. Mejor sentirlo una vez que no conocerlo nunca. Seguiré conociendo a personas que me decepcionen, me desilusionen, me sean indiferentes y me produzcan desinterés, y otras que me despierten lo contrario, pero nada será igual ni habrá mil formas de reír, ni habrá un sentimiento que me haga vibrar porque algo atemporal no quiere irse al olvido, lucha y pelea por seguir viviendo en mi y lleva ganando batallas unos cuantos años. Encima es recíproco, como siempre. Que le vamos hacer, tendremos que disimular.

Aquí estoy, de incógnito, esperándolo en la esquina con las manos vacías metidas en los bolsillos, con la mirada alta, sin escudo en el corazón y con un atuendo de naturalidad prestado. Sin rencor, con ganas de mirarle a los ojos y saber la verdad. Quiero que me recuerde quien soy yo mientras me mira y hasta las palabras se me olvidan, eso es. Puede que encuentre un hilo de vida a su lado o que no encuentre nada más que restos. Me cruzaré contigo pronto y no se como haremos para llegar, al mismo tiempo tu que yo...

 
No hay canción para esto, ya las he cantado todas.