21 de enero de 2013

Pellizco: justificante de permanencia flamenca.


Me gusta despertarme con soniquete, recordar letras en la calle y canturrearlas. Me gusta esperar a alguien mientras zapateo o repasar escobillas con los zapatos de calle. Me gusta quitarme el abrigo como si fuera un mantón de manila o un capote de toreo. Me gusta pasear llevando el compás en las manos o haciendo palillos.

Me gusta maquillarme para salir y hacerme la raya en el ojo y después borrarla. Probarme la ropa y hacer poses flamencas.
Me gusta sentarme en las sillas de enea con la espalda recta como si me fuese a templar. Me gusta mirar al mundo igual que miro algo flamenco, con interés y desafío. Me gusta usar a diario palabras como jurdeles, canguelo, calé, fatiga, duquela, y un largo etcétera...

Me gusta observar todo lo que lleva lunares o me trae un aire canastero. Me gusta acordarme de coplas cuando veo a ciertas personas y cantarlas al verlas llegar de lejos. Me gusta enseñarle a mis sobrinos a hacer palmas palmitas pero yo se las marco por bulerías para que se rían y me gusta que asocien que me voy a bailar cuando me pongo vestidos para salir de noche.

Me gusta mirarme en el espejo la espalda, verme la rueda del carro tatuada y pensar que es perfecta. Me gustan mis caras de mala ostia cuando conduzco porque voy escuchando cante rancio y la gente no lo sabe. Me gusta mirar fotos y recordar grandes momentos de arte, sonreír y alegrarme de haberlo vivido. Me gusta hacer todas estas cosas sin ser consciente. Me gusta estar con amigos que comparten este arte y reír de cualquier cosa. Me gustan que me acepten de esta manera y sepan que esto nunca cambiará. Me gusta dirigirme a los artistas diciéndoles "maestro" y mirarlos fijamente. Me gusta contener la respiración en un quejío a ver si llego a asfixiarme un día.

Me gusta conocer a gente que puede entenderme o hacerle gracia estas tonterías, pero no soporto a los que ignoran la cultura flamenca y creen que es un estilo musical más. Perdonen, pero eso no. No me gustan los que no saben escuchar, los que se van de compás y me pierden. Los que preguntan incordiando haciendo imposible crear un momento de complicidad flamenca. Porque nada les importa. 


No me gustan los artistas que no son cercanos, los que cantan y se van sin más, los que no dan nada en un escenario ni fuera de él. Porque esto no es un simple negocio. No me gustan las aficiones intermitentes, soy más de permanencias justificadas. No me gusta la infidelidad, la mentira y la injusticia de un arte como este. Ni de la vida en general. No me gusta que se le maltrate, que se le infravalore, que se le falte el respeto porque formo parte de él y considero que me atacan a mi también.

El flamenco no tiene truco, es bello sin adornos, es algo desnudo que te viste y te hace pelear sin moverte. Es generoso en variedad, geografía, estilos, disciplinas... Eso sí, quien no nace con algo dentro que le pellizca es imposible que haya entendido alguna de las palabras de este texto. 



Y es que los momentos, las personas o las cosas te pellizan sin avisarte.
La antelación aquí es algo muy relativo. Y la objetividad es imposible de mantenerla a flote la mayoría de las veces. Somos lo que sentimos, pues eso.
Sigo mi rumbo según lo previsto, flamencos.

Hasta pronto.

8 de enero de 2013

Con permiso: Joaquín Cortés.

Me daba extrema pereza quitar mi anterior entrada de principal, estaba tan sarcástica que volverme flamenca iba a ser un cambio brusco. Pero yo soy así, de bipolar, no de brusca.

Ya terminó la navidad. Las comidas, las cenas, las copas, los villancicos, los regalos, los besos, los roscones y demás. Por fin se acabó. Feliz año a todos, punto y pelota.

A mi hoy me gustaría hablar de conquistas, de sentimientos desnudos, de palabras absurdas, de orígenes ancestrales, de leyendas y batallas. Pero el nuevo año no me trae nada novedoso. Era de esperar. Entonces yo me vuelvo flamenca, y me escondo otra vez para sentirme lejos de la gente.

Y él siempre está ahí, mirando, con su torso desnudo y su mirada desafiante para no dejarme ni dormir. Él, de negro, de blanco y negro, de oscuro flamenco que un día envolvió todo su ser y nos dió la libertad. Para mi fué y lo será siempre, esa novedad mágica que se alejaba conmigo de todo y se acercaba a mi corazón una y otra vez sin poderlo remediar.


La danza lo llevó a lo más alto, hace más de 20 años, fué la revolución de masas, la idea de una conquista que no fue frustrada mientras hubo flamenco para dar y repartir dentro de él mismo, y tenía tanto arte que lo regalaba y lo demostraba de forma incansable hasta que no tuvo la fuerza.

Si a estas alturas alguien no sabe de quien estoy hablando también puedo decir de él que inventó y reinventó grandes fórmulas dentro del baile flamenco, del cuadro de cante pa tras, de los instrumentos, de vestuario y de las formas de coreografía.

Fue un genio demasiado temprano: Joaquín Cortés.


A veces me entristece ver que la afición no le reconoce lo que en su día hizo, lo que aportó. Pocos espectáculos de baile eran tan de verdad como los suyos, reales escenarios llenos de puro sentimiento, de ideas geniales y de puestas en escena atrevidas, inigualables en los años noventa y principios de nuestro siglo. Su música era simplemente sublime para el baile, quien no se ha puesto alguna vez "Dicen de mi..." de Pasión Gitana y se ha puesto a soñar, por favor, es una obra magnifica, su gran obra.

Cierto es también, que los años no han jugado a su favor, que no se ha sabido mantener o simplemente no ha querido, decantándose por otros asuntos alejados de baile y mas cerca de un candelero de prensa rosa. Eso no es cosa mía. Yo me quedo con su movimiento, con sus sorpresas, con la manera que nos enseñó en su día de mirar hacia el flamenco. Con una total libertad y un gran respeto. Y se debe de reconocer.

Joaquín Cortés conquistó el mundo, entero. No estaría de más que volviera este año, pero dudo mucho que ya lo haga. Ha aparecido entre luces y sombras estos últimos tiempos, pero ya no se acerca a la raza mágica que lo envolvía antes. O al menos yo no tengo esa percepción.

Era visual, cuidaba detalles, su música era casi mejor que su danza, todo estaba medido pero parecía tan natural y tan flamenco... que pensarlo ahora me parece un simple sueño que nunca existió. Pero ahí está, cada vez que abro el armario y yo me pregunto mil cosas cuando lo veo.

La belleza del baile masculino, antes de que vinieran los Farrucos arrollando se llamaba Joaquín Cortes. El bailarín más bello de la tierra.

Recuerdo la voz de una de mis profesoras marcando un paso diciendo... "Hazlo a lo Joaquín Cortés"; "Eso es muy de Joaquín Cortés". Siempre lo tuve presente. Era irremediable. Nadie se había desnudado antes en un baile, nadie había parecido más indio y tarzán, nadie parecía un ave rapaz dispuesta a echar a volar. Nadie conjugó en el cuadro musical violines, flautas, percusión, voces, palmas y composiciones tan originales, que ahora vemos normal. Pero antes no lo era, ni mucho menos. 




Fue tachado de muchas cosas, y lo seguirán tachando, pero a mi Joaquín Cortés me tocó el alma un día, de carne y hueso y con eso me quedo, como siempre, hay que quedarse con lo mejor.

Vamos a darle el sitio que merece, no el que otros le dan. Un maestro, un innovador y un gran bailarín. Con su permiso. Ese es Joaquín Cortés.