23 de septiembre de 2013

Debajo de las moreras

Ya ha llegado el otoño. Pronto caerán los recuerdos del verano a modo de hojas secas amarillentas que crujen tras nuestros pasos. Es una forma bonita de pensar que los días largos nos abandonan, y llegan los atardeceres tempraneros, los colores cálidos en las nubes y las puertas cerradas a media tarde.

El verano dejó grandes momentos, retazos, como diría yo. La familia ha estado presente en los meses de calor, sobre todo en el viaje espontáneo que surgió al país vecino. Allí está parte de la familia "espina", en la provenza francesa, la tierra de las chicharras, de los amaneceres con sabor dulce y el olor a lavanda, campos morados que llenan de aroma los paseos por esa tierra paisana.

Nos pareció que una semana con la familia Marcos y Sáez y sus numerosas vertientes, sería suficiente, eso siempre pasa hasta que llegas allí, y de repente todo se esfuma. La estancia en Francia fue fugaz, pero bastó para darnos cuenta de que la sangre común corre y nos llama. Reconforta pensar que una parte de ti vive a distancia, en el carácter, en las formas, en los sentimientos, en las personas que llevan tu raza habitando a miles de kilómetros, y que la familia siempre es lo primero, y a veces lo segundo también.

Nunca el tiempo, ha sido suficiente para compartir momentos con Fran, Audrey y Janó, cuya matriarca en la legendaria Chacha Ana, sus nietos juegan por las terrazas de casa y dan savia nueva a la larga familia, corren entre las moreras, árbol que está presente en todas las casas de mi familia de la Provenza. Tampoco quedamos satisfechos pasando horas debajo de la morera de la casa que nos acogía, la de la familia Marcos, las bromas con Nathalie, la desmesura de la prima Concha con Philip y la simpatía de sus hijos Gautier y Gabriel te hacían sentir en casa. Mi primo José era el maestro de toda ceremonia, nuestra sombra y nuestro guía, se preocupaba por cualquier mínimo detalle y ejercía de anfitrión junto a la matriarca de este clan: la Chacha María, hospitalaria y cariñosa, contenta y feliz por tenernos en casa unos días.


Llegamos a la costa a pasar otro gran día, Rosa y Michel nos enseñaban su coqueta casa, y por la tarde se armaba el lío con los Martin-Marcos:  Christelle, Daniel, Julien, Leticia, Guillaume, Clementine, Delphine, y sus descendientes: Jessica, Hugo, Mimi, y otros tres diablos que nos faltaron por conocer. Son tantos! son tan geniales! que no te daba tiempo a estar con todos, a hablar, a preguntar, a escuchar, a sentir, eran brisa de aire fresco que continuamente te pasaban por la cara... Tras veinte años de ausencia, también disfrutamos de un día con Sonia, que continuaba tal como la recordábamos y nos faltó su hermano Michael. Hubo algunas ausencias, como el famoso primo que vive en Houston siempre atareado con su trabajo, pero nos envió a su ángel: Anne, y sus hijos Alex y Adrien, una delicia charlar, sólo eso, era ya un gran regalo. Así poco a poco se iba cerrando el extenso círculo familiar.

El anfiteatro de Arles, el Palacio de los Papas de Avignon, el Partenón de Nimes, el puerto pesquero de Fos, el castillo y el río Gardón de Montfrin o la plaza de Domazan fueron los decorados que elegimos para pasear, reír y disfrutar. Celebramos el día de Francia como si fuésemos de allí, aunque en todas las casas, a parte de las moreras, estaban plagadas de detalles españoles. Las plazas de toros, los restos románicos, los vinos, los quesos, el flamenco de Miguel Poveda, de Fernando "El Espín", los pequeños comercios, los grandes, el teatro callejero, y cualquier rincón francés forman ya parte de nuestros recuerdos del verano, pero sobre todo, la sombra de la morera de nuestras casas, conversaciones y risas debajo de sus ramas, balanceándonos entre el hoy y el ayer para volver en el futuro.

Ya es otoño, como dije al principio, y la morera se queda desnuda de hojas, se caen los momentos estivales que tengo en mi memoria, iremos a crear nuevos recuerdos y a compartir comidas, cenas y helados; pero sobre todo regresaremos a experimentar el orgullo de la familia en tierra ajena. A sentir los latidos de quienes forman parte de mí, y yo de ellos. Nos volveremos a encontrar pronto, cuidad las moreras para la próxima vez.


5 de septiembre de 2013

D. ANTONIO MAIRENA: El calor de mis recuerdos


Ya estamos en Septiembre, ese mes que a todos nos desconcierta de alguna manera, sea por unas cosas u otras. Es el mes de Antonio Cruz García, que nació y falleció en Septiembre. Siempre fue un cantaor polémico, sobre todo después de su muerte, pues pocos se atrevían a implorarlo en vida.

Antonio Mairena fue un cantaor de los grandes, gitano, flamenco, de los que entendían el arte y lo estudiaban. Gran defensor del cante gitano de la Baja Andalucía, de tonás, soleares, seguiriyas, romances, bulerías o martinetes. Era recio y antiguo. No tenía las genialidades como Manolo Caracol, no era infinito como Pastora, ni tan oscuro como Manuel Torre; pero ha sido uno de los cantaores más completos del siglo pasado, por no decir, el más completo. Sé que a muchos su cante les decía poco, que no transmitía, que era frío y todo lo medía. Yo acepto todas las opiniones y busco el equilibrio, creo que es un artista del que se puede aprender sin duda, y lo que el corazón te mande ya es otra cosa.

También admiró a Juan Talega, a Joaquín el de la Paula, a Carmen Amaya o a los Pavones. Fue de sitio en sitio buscando la esencia del cante, aprendiendo y grabando, y ahora somos herederos de un legado que, en mayor o menor medida, nos sirve; a unos más que a otros. Hay que agradecérselo, porque es de bien nacido ser agradecido.

El título de este texto está claro, así llamó a su última grabación en vida. Podría contar miles de anécdotas del reconocido cantaor, su viaje a Ceuta en barco con otros artistas, su exilio obligado por un tiempo, su rivalidad con otros cantaores, sus detractores, sus seguidores, pero eso cualquier aficionado lo conoce. A Antonio Mairena le gustaba escribir, como a mí, aunque yo no creo que publique un mísero libro. Tendría algún tipo de sensibilidad cuando lo hacía, tendría un corazón latiendo palabras que tenía que sacar fuera. Me gusta pensar así, porqué no.

A la orilla del Guadalquivir
Yo conozco quizá una historia de su vida que no creo que muchas personas la conozcan, porque sin duda no es nada relevante. El Maestro de los Alcores paró una mañana en mi pueblo a tomar café, fue un fin de semana del año 1974 y yo no había nacido. Pero mi padre frecuentaba ese bar porque es el más cercano a casa, y a Mairena nadie lo conoció excepto él. Subió la calle corriendo asustando a mi madre, cogió a mi hermana mayor en brazos que apenas tenía 2 años y se la llevó a Antonio. Amablemente la tomó en sus brazos, le dio un beso y compartió con mi padre el café para continuar su camino a La Unión. Esa es la historia más cercana que me han transmitido de él, su parada aquí, en Los Rosales, que aún existe. Todo el mundo recuerda cuando Carmen Amaya repostó aquí, pero nadie sabe que Antonio Mairena también, qué cosas tiene la vida. Hoy, con motivo del aniversario de su muerte me apetecía contarlo, Antonio Mairena dio vida a mi casa cuando estaba muerta, y hoy, si yo pudiera le daría vida a él.

Este es el calor de mis recuerdos para Antonio Mairena, que tenga la gloria que se ganó en sus años de vida, por su existencia y su legado.

Feliz Septiembre a todos, flamencos. Ya queda menos para ser más felices.