El baile de la vida, así me gusta llamar a lo que hace Rocío Molina. Viendo el otro día las fotos para su nueva propuesta me dieron ganas de escribir sobre ella. Porque me gusta, porque me provoca, porque me hace pensar; como la propia existencia.
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Trabajar con la existencia, con la línea simple, con un sonido, un silencio, con la mutación de un movimiento, el espacio, la fuerza. Si quieres ver la fuerza de un cuerpo, como se eriza, como suda, como se mueve; ella te lo enseña, baila con ropa deportiva encima de un escenario, y puedes sentir como los músculos se le tensan, como cogen la postura, como produce el aire en un giro, como se puede bailar con los talones sin despegarte apenas del suelo. Libertad, así es ella, un alma flamenca libre.
Me gusta su inquietud y su mirada. Cómo investiga y crea. Como va buscando nuevas fórmulas con recursos naturales, sin excesivos adornos ni conceptos difuminados. Aunque a veces es tan difícil de expresar lo básico que lo aliñado; pero la matriz es universal y por eso ella es capaz de comunicar tanto, de decir, de interpretar, de hacer llegar.
No es una artista cobarde que no cree en sí misma, me parece complicado que a su edad tenga esa seguridad, o al menos, la aparente. Yo me lo creo. La veo decidida, no quiere romper nada, quiere ampliar y abarca las fronteras con su baile mejor que nadie, el mundo entero a los pies de Rocío Molina y sus creencias.
Superarse cada día en la sencillez de las pequeñas cosas, en el diálogo de un cuerpo que constantemente te ofrece una respuesta.
Hoy quería pensar y he pensado con ella, que es la vanguardia del pensamiento flamenco.
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