9 de abril de 2015

El cambio climático

Vino del polo norte buscando una luz que no encandilara, que no chocara con la nieve ni le hiciera tiritar; y un día tropezamos. Qué horror, qué poco barroco. Con lo que a mi me gusta complicar una situación... dudar, desquiciar, descontrolar, desbocar, destrozar...y todo lo que empieza por D de "Diluvio universal".

Pero no. No fue así.

Tras varios intentos para que volviera a su tierra y el cambio climático no le afectara, se quedó. Pataleó. Puso caras de cómic. Morros de nenuco. Ojitos tiernos. Emoticonos de whatsapp. Y yo que sé cuántas cosas.




A veces paseamos juntos, me habla del frío de un silencio y del calor de una canción. Me besa en alta definición y todo se derrite. Otras no paseamos, y busca mis cosquillas secretas en la línea imaginaria que va desde mi ombligo al hueso de la cadera. Esa diagonal mortal. Me mira con ojos chispeantes buscando mi sonrisa, es una sensación que le encanta sentir.

Así, a base de estrategias bipolares, encontramos nuestro punto medio. Aunque él sigue siendo débil o eso me haga creer. La debilidad es un blanco perfecto para un alma oscura como la mía. Me froto las manos y le digo que estoy deseando que esto se termine para poder contarlo... es cuando él saca su última flecha y me dice "no te preocupes, vas a tener tiempo". Y no lo soporto.

Odio que sea así, su calma. Que se vista de pie, que se duche con agua caliente pero que la beba casi congelada. Que olvide su cadena pero no su perfume. Que le falten cinco kilos y cinco años. Odio que sea un idiota cruel con ganas de hacer nada conmigo. Que mi albornoz le siente bien. Que ame su iphone y desprecie mi android. Odio su pasión sin medida. Su correcta escritura, su desastre rutinario y su orden mental. No soporto esas tres canciones que elige para rematar las tardes de croqueta, y mucho menos, cuando me las susurra entre besos. Y todavía habrá quién envidie mis odios. Lo sé. A mi me pasaría lo mismo. Guiño guiño.

No voy a decir lo que me gusta, sería muy pastel y además es posible que lo esté esperando con la mano en la barbilla y la media sonrisa que anuncia que el corazón le da saltos. Pero me chiflan muchas cosas de su aparente fría forma de ser, cuando calla, cuando lo tengo cerca, cuando coge mi cara o busca mi mano. Su constancia, su confianza y su verdad. Su personalidad y su independencia. La realidad de un día a día que no lo quema mi sol ni su hielo. Ni los gemidos dedicados ni los orgasmos regalados. Nada se marchita. Todo continúa en un eje que sigue rotando, cambiando la temperatura, el espacio o la distancia. No estamos en su polo, a veces tampoco en el mío. Poco importa. Estamos juntos creando nuestra historia y no hay más. No está delante ni detrás, ni encima ni debajo; está a mi lado, donde tiene que estar.

No somos ni los amantes del círculo polar, ni Otto ni Ana. Ni es un esquimal o un león marino y por supuesto que yo no soy una foca... pero sí, es distinto... porque me hace sentir su frío cuando no está.

Y ha dejado de ser diferente; para comenzar a ser especial en este clima tan nuestro, tan tropical.

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